Las turberas son un tipo de humedal de gran relevancia ecológica dada sus funciones como reservorio de carbono, filtro y almacenamiento de agua, y por ser ambientes de una rica y amplia biodiversidad. Su distribución se concentra en el hemisferio norte, pero existen grandes extensiones de turberas en buen estado de conservación, en el hemisferio sur. Se estima que representan cerca de un tercio de los humedales a nivel mundial, y en Chile se encuentran entre la Región de Los Lagos y la Región de Magallanes y de la Antártica Chilena, concentrándose principalmente en esta última.
En el Parque Karukinka cubren alrededor de un cuarto de su superficie y albergan una biodiversidad riquísima, compuesta por insectos, microorganismos, líquenes y la atrapamoscas, una diminuta planta carnívora que se alimenta de insectos que captura con los tentáculos de sus hojas rojizas. Las turberas del Parque Karukinka están protegidas de la explotación minera desde 2015, gracias a la visión del Ministerio de Minería de Chile que las declaró no explotables debido a su interés científico. Su buen estado de conservación las vuelve especialmente interesantes para científicos de distintas partes del mundo.
Así, dando continuidad a las investigaciones realizadas en las turberas del Parque Karukinka, se destaca el trabajo realizado por la académica de la Universidad de Texas A&M, Dra. Julie Loisel y su equipo, el Dr. Armando Sepúlveda, académico de la Universidad de Magallanes y María Emilia De La Fuente, con su estudio para el seminario de grado de geógrafa de la P. Universidad Católica de Chile.
9.000 años de historia
Loisel va en busca de las turberas más australes y no intervenidas del planeta, con el objetivo de estimar la cantidad de carbono almacenado en sus suelos por medio de un muestreo extensivo de núcleos de turba. Así llegó al Parque Karukinka hace dos años. Del análisis 14C o carbono 14 -un átomo indicador de tiempo transcurrido- de los núcleos de turba muestreado en la turbera “El Cura”, se pudo determinar su fecha calibrada al presente, de aproximadamente 9.700 años; en el caso de la turbera de El mirador, se determinó un origen de 9.850 años. Adicionalmente, parte del equipo de la Dra. Loisel está desarrollando modelos de turba en 3D en base a encuestas GPR (Ground Penetrating Radar), técnica utiliza para estimar la profundidad de las turberas.
Repercusiones del castor en las turberas
Por su parte, El Dr. Armando Sepúlveda continúa desarrollando su investigación en turberas del Parque Karukinka quien sostiene “La idea principal del proyecto es entender cómo los embalses de castores modifican el almacenamiento del carbono de los ecosistemas y sus repercusiones en el calentamiento global”.
Las turberas son grandes almacenadores de carbono y es por ello que su preservación es de suma importancia mundial. “Cuando los castores crean embalses en ríos, vertientes, yacimientos subterráneos de agua o corrientes donde se encuentran turberas o sitios prominentes para crearse turberas, los niveles de agua de la turbera cambian, y es este cambio de nivel del agua el cual regula la capacidad de almacenamiento o emisión (en forma de CO2 y CH4) de carbono. Es por ello que estamos estudiando a qué grado positivo o negativo (respecto a emisiones de gases de efecto invernadero) los embalses de castores de la Patagonia contribuyen al calentamiento global”.
Impacto de la extracción de turba al ecosistema
María Emilia De La Fuente, quiso conocer los impactos ambientales de la extracción de la turba (cuyos usos para fines hortícolas, energéticos, médicos y aislantes, entre otros, han mermado drásticamente su cantidad y calidad), comparando las cualidades de dos turberas de Tierra del Fuego respecto del paisaje, el suelo y la vegetación: la turbera Camerón, que fue explotada durante una década con fines hortícolas, y la turbera Ariel, en el Parque Karukinka, considerada por la estudiante como “prístina”, por encontrarse fuera de la intervención humana.
De su análisis destaca el impacto de la turbera intervenida en cuanto al contenido de carbono, que en una misma superficie liberó la mitad de este gas de efecto invernadero a la atmósfera, convirtiéndose además en receptora de especies invasoras.
“La actividad extractiva en turberas de Sphagnum magellanicum es una actividad que altera la totalidad del ecosistema, generando cambios y pérdidas de paisaje, suelo y vegetación, y permitiendo que el ecosistema completo se vuelva un emisor de carbono acelerando el cambio climático. Se estima que la demanda de explotación de turbales de la región de Magallanes va en aumento, y aunque se reconoce que el valor ambiental de estos ecosistemas es alto, las turberas de Chile están desprotegidas debido a la definición que éstas tienen en la legislación”, concluye De La Fuente.